Érase una vez una patita de plumaje suave y mirada dulce, que encontró el amor y formó un hogar. Al poco tiempo, su nido se llenó de la promesa de nuevas vidas: una nidada de huevos.
Casi todos los huevos eran de un blanco puro y perfecto, como pequeñas perlas relucientes. Pero uno de ellos era diferente, una rareza. Su cáscara era de un tono mas oscuro.
El nacimiento de un "patito singular"
Poco a poco, los cascarones comenzaron a resquebrajarse, liberando a los patitos que se estiraban y piaban. El último en nacer fue el de aquel huevo singular. El patito que salió era, en efecto, muy distinto a sus hermanos. Tenía una cabeza mas grande, y su plumaje y su pico, eran de un color grisaceo. Los demás patitos, y algunos de los otros animales de la granja, se reían de él y lo hacian a un lado, incapaces de ver más allá de su apariencia.
El tiempo pasó, y el patito, que se sentía cada vez más solo y triste, decidió marcharse. No podía soportar más las burlas y el rechazo. Anhelaba encontrar un lugar donde pudiera ser aceptado tal como era.
Su padre, de corazón tierno y preocupado, lo buscó incansablemente. Incluso su madre, que al principio se había mostrado distante, se arrepintió de su actitud y sintió un profundo remordimiento. Pero el patito, impulsado por un instinto de supervivencia y la esperanza, ya había emprendido su solitario camino en busca de la felicidad.
La partida del Patito Feo
“El Patito Feo”, como lo llamaban a sus espaldas, anduvo por campos y bosques, llegando a lugares donde habitaban otras aves acuáticas. Pero en ninguna parte encontró a alguien que se pareciera a él, a alguien que comprendiera su diferencia. Sin embargo, no se rindió. Siguió adelante, con la firme convicción de que en algún lugar existía un destino mejor para él.
Un día, tras una larga travesía, llegó a un gran lago de aguas cristalinas. La superficie del lago era como un espejo, reflejando el cielo azul y las copas de los árboles.
En el centro del lago, nadaban dos aves de una belleza sublime. Su plumaje era blanco como la nieve, sus cuellos largos y gráciles, y su porte, majestuoso. El patito se quedó mirándolas durante un largo rato, embelesado por su elegancia. Al principio, pensó que no debía acercarse. Animales tan hermosos seguramente lo rechazarían, como todos los demás. Pero algo en su interior, una mezcla de curiosidad y anhelo, lo impulsó a armarse de valor.
Una inesperada bienvenida
Los cisnes, pues eso eran aquellas aves espléndidas, al verlo llegar, se acercaron a él con una suavidad y una gracia sorprendentes. Lo invitaron a unirse a ellos en el lago, a compartir su nado y su compañía. El patito, atónito pero inmensamente feliz, aceptó la invitación. Por primera vez en su vida, pudo nadar con otros sin sentirse diferente, sin sentir el peso del rechazo.
Pero la mayor sorpresa estaba aún por llegar. A los pocos días, el patito comenzó a experimentar una transformación asombrosa. Sus plumas pardas y oscuras, que tanto lo habían acomplejado, empezaron a caerse, como hojas secas que se desprenden de un árbol en otoño. Y en su lugar, comenzaron a brotar nuevas plumas, de un blanco puro y luminoso.
La revelacion
Su cuerpo también cambió. Se hizo más grande, más esbelto, más elegante. Su cuello se alargó, y su figura adquirió una distinción que antes ni siquiera podía imaginar. Fue entonces cuando el patito, que ya no era tan patito, comprendió la verdad: él no era un patito feo. Nunca lo había sido. Era un cisne, una criatura de belleza y gracia incomparables.
A partir de ese día, el cisne que una vez fue un patito marginado vivió feliz con los suyos. Aprendió a volar sobre las aguas cristalinas, a danzar con el viento, y a reflejar su belleza en la mirada de quienes lo rodeaban. Y lo más importante, comprendió que todos los seres, en su singularidad, son hermosos a su manera, y que merecen vivir rodeados de amor, aceptación y respeto.
Fin.
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