Algoncas | marzo 07, 2024

Cuento: PEDRO Y EL LOBO de Sérgei Prokófiev

Érase una vez un pastorcito llamado Pedro, que se pasaba la mayor parte del día cuidando a sus ovejas en un prado cercano al pueblo donde vivía. Todas las mañanas salía con las primeras luces del alba con su rebaño, y no regresaba hasta caída la tarde.

El pastorcito se aburría de lo lindo viendo cómo pasaba el tiempo, y pensaba en todas las cosas que podía hacer para divertirse.

Hasta que un día, echado bajo la sombra de un árbol, tuvo una idea. 

Decidió que era hora de pasar un buen rato a costa de la gente del pueblo que había cerca de allí. Dispuesto a hacerles una broma, se acercó y comenzó a gritar:

–¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!

Los aldeanos de inmediato agarraron las herramientas que tenían a mano: palas, azadas, martillos, y corrieron a auxiliar al pobre pastor. Pero al llegar a la pradera lo encontraron deshaciéndose de risas en el suelo, y descubrieron que todo había sido una broma de mal gusto.

Los aldeanos se enfadaron con el pastor y regresaron a sus trabajos, molestos por la interrupción.

A Pedro le había hecho tanta gracia la broma que se dispuso a repetirla.

Un par de días después se volvieron a escuchar en toda la comarca los gritos alarmantes de Pedro:

–¡Socorro, socorro el lobo! ¡Viene el lobo!

Al volver a oír los gritos del pastor, la gente del pueblo creyó que en esta ocasión sí se trataba verdaderamente de un lobo feroz que se sabía que andaba por bosques y montañas cercanas. Y volviendo a correr para ayudarlo. Pero otra vez se encontraron que el pastor no necesitaba ninguna ayuda y se divertía viendo cómo habían vuelto a caer en su broma.

Esta vez los aldeanos se enfadaron muchísimo más, por la actitud del pastor, y juraron no dejarse engañar más por él.

Al día siguiente Pedro volvió al prado para que sus ovejas pastaran. Aún recordaba con risas lo bien que se lo había pasado el día anterior, cuando había hecho correr a los aldeanos con sus gritos. Y estaba tan entretenido, que no vio acercarse al lobo feroz hasta que lo tuvo muy cerca. Entonces de repente lo vio y ahí sí que sintió muchísimo miedo, e impotencia, porque el animal se acercaba sigilosamente a sus ovejas.

Entonces comenzó a gritar como nunca antes:

–¡Socorro, que aquí está el lobo! ¡El lobo! ¡Ayuden a mis ovejas! ¡Auxilio!

Gritaba y gritaba, una y otra vez, pero los aldeanos ya no parecían escucharlo.

Hacían oídos sordos ante los gritos de auxilio, pensando que se trataba de otra broma.

El pastor no sabía qué más hacer, por lo que seguía pidiendo ayuda, gritando desesperado y sin entender por qué nadie acudía.

–¡Socorro, el lobo, el lobo, que se come mis ovejas! ¡Por favor, auxilio!

Pero ya era muy tarde para convencer a los aldeanos de que esta vez era verdad.

Y fue así como Pedro, el pastor, tuvo que ver con dolor cómo el lobo devoraba una tras otra sus ovejas, hasta quedar saciado.

Sólo después de esta lección, Pedro supo arrepentirse de su necio comportamiento y de la tonta manera en que había engañado a la gente del pueblo.

En lo adelante nunca más repetiría una broma como esta. Pero las ovejas que había perdido, perdidas estaban. 



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